viernes, 22 de enero de 2010

Responder frente a la catástrofe.

RESPONDER

FRENTE A LA CATÁSTROFE

Luis Armando Aguilar Sahagún

Ediciones Emaús

2010

RESPONDER FRENTE A LA CATÁSTROFE




Un rasgo esencial del hombre como persona es la capacidad de responder a las situaciones que se le presentan empeñando su ser, su interés, incluso su palabra y su vida. Es sobre todo en las situaciones

de emergencia, ahí donde se demanda el hacerse presente con prontitud para salir al encuentro de una necesidad ajena cuando descubrimos a la persona. Más que en su carácter esencial, difícil de aprehender, la persona está en esa actitud y en la respuesta concreta. Hay persona donde alguien dice: ¡heme aquí! Y se muestra dispuesto a hacer algo a favor de los demás.





Una situación, mejor, una catástrofe como la que vive el pueblo haitiano rebasa la magnitud de lo imaginable en dolor, desesperación, angustia y confusión. Ante esa situación se ha dado una movilización inmediata de muchísimas personas de todas partes del mundo. Ahí están “las personas” demostrando lo que el hombre es, revelando su ser con su vida hecha acción comprometida. Ahí está lo sólido de la frágil humanidad, puesta a prueba máxima. La solidaridad entre los hombres, entre los pueblos, es la solidaridad, la solidez de las personas en comunión viva, en rescate mutuo. El movimiento de aproximación, convierte al hombre en persona y prójimo.





El ser postrado, que yace bajo los escombros, es una llamada de atención, una demanda de ser-con de forma plena. El ser postrado y menesteroso rescata al hombre solidario de su indiferencia, de su mundo más o menos resuelto, y de esta manera, lo educa como persona: hace que salga de él su ser personal: su respuesta libre, responsable y solidaria.

No hay mayor muestra de unidad concreta que la del rescatista que saca un cuerpo de entre los escombros. Toda la humanidad está representada en ese otro, tal vez desconocido, vivo o muerto; y toda la humanidad está representada en esa persona, en el gesto por el que, en cierto modo, “funda” la humanidad, en su propio ser y para todos los demás.



La catástrofe de Haití, como otras que han ocurrido y ocurren de otros modos en distintas latitudes ponen al descubierto lo que somos: extrema fragilidad, olvido de nuestro ser uno; negligencia ancestral para con los más necesitados. Se ponen en evidencia, así mismo, las cuentas pendientes, las acciones postergadas, las omisiones, las culpas, de próximos y de lejanos…. Esa humanidad fracturada soy yo, tú, él, ella, nosotros. Ese desastre recae sobre “los nuestros”. Esto lo advertimos en el gesto mínimo por el que buscamos responder, así sea al extender la mano para algún donativo. Lo advertimos en la acción heroica de un grupo de voluntarios que salen sin medir el alcance de una acción de rescate.



Fragilidad. La humanidad dividida, ancestralmente, pone en evidencia su vulnerabilidad llevada al extremo. Un pueblo empobrecido por siglos. Esclavos liberados, con escasas oportunidades de gozar su libertad. Un pueblo olvidado “clama”: ¡heme aquí! Y hay respuestas de reciprocidad: ¡henos aquí! La pesadilla puede durar un tiempo indefinido. El trauma ha sido letal. La humanidad es una. Es un solidum quebradizo.



No hay tiempo para dilatar la respuesta. Lo hay, para pensar la manera más eficaz de ayudar realmente, humanamente. Para saber que, en realidad, la respuesta no tiene punto final…



Las personas se pueden engendrar mutuamente dándose la mano. El renacimiento de la humanidad se da en los encuentros concretos, en las acciones solidarias, fundantes de humanidad. Al tomar conciencia de ello, nos convertimos en “los fundamentos” de la ética humanitaria. Basamentos vivos, como troncos. La ética de la catástrofe exige el heroísmo colectivo. No sabemos, en realidad, hasta donde tendría que llevarnos la responsabilidad, la capacidad de hacernos cargo, cada cual a su modo y según el movimiento interior de su ser persona, en un nuevo proceso de aproximación, el que reclama la seriedad del momento histórico.



La humanidad está en peligro de muerte. Está bajo los escombros de Haití, como lo está bajo las olas del Tsunami, del huracán que arrasó a Nueva Orleans, a México, a Tasmania… Sigue siendo tiempo oportuno de ser y actuar como personas, de aproximarnos al ser doliente que yace junto a nosotros. “El cuerpo que yace junto a mi es mi propio cuerpo.”



Mi respuesta:

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Autor

Dr. Luis Armando Aguilar Sahagún.

Guadalajara, Jalisco, enero 2010.

Ediciones EMAÚS

2010.